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Antes que Soria, Federico Trillo, el embajador del Yak 42

Redacción




Federico Trillo, un embajador indigno. /Foto: saltimbanquiclicclic.blogspot.com.
Federico Trillo, un embajador indigno. /Foto: saltimbanquiclicclic.blogspot.com.

Yrene Calais

¿Por qué se sorprenden los españoles de que, con total descaro, Mariano Rajoy nombre a José Manuel Soria director ejecutivo del Banco Mundial? Todos saben demasiado unos de otros en el PP y no pueden permitirse que canten. Rajoy, al que conozco bien, tiene miedo. Sé cosas documentadas que acabarían con él. Quien lo hace mal, quien roba, quien es un mal gestor, tiene premio.

Antes que Soria, estuvo Federico Trillo un petimetre, cuya tesis sobre Shakespeare es un corta y pega hecho por la siempre fiel y dispuesta a todo Julieta de Micheo, la exdiputada que nunca pisó su circunscripción. Sólo con ese dato, en Inglaterra estaría cuidando jardines o de minero en Gales. Trillo fue un nefasto ministro de Defensa, como saben todos los militares, cuya ineptitud costó la vida a 62 heroicos militares, a los que ése patán garbancero, al que tuvieron que pagar en B la diferencia de sueldo de presidente del Congreso a ministro, los llevaba y traía en taxis herrumbrosos. Por algo así, en Inglaterra, estaría en la Torre de Londres.

En la España de Rajoy, está de embajador en Londres, cobrando cada mes de esta prórroga constante a la que nos está sometiendo el tapón de Mariano.

El 26 de mayo de 2003, el vuelo UKM 4230 de Um Air se estrelló en Turquía cerca del aeropuerto de Trebisonda con 75 personas a bordo. El pasaje lo formaban 62 militares españoles que regresaban a España tras cuatro meses y medio en Afganistán y Kirguistán. Todos ellos fallecieron junto a 12 tripulantes ucranianos y un ciudadano de origen bielorruso. Este accidente se convirtió en la peor tragedia del Ejército español en tiempo de paz. La conmoción fue tremenda, pero Trillo sólo pensaba en salvar su carrera política, como fuera. El funeral de Estado se celebró dos días después en Torrejón de Ardoz en medio de la consternada expectación nacional. El Gobierno y la Casa Real habían impuesto esa premura a los militares y la consecuencia fue la existencia de un cúmulo de fallos en la identificación de los cadáveres, lo que añadió un elemento dolorosamente macabro a la tragedia.

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Meses antes del siniestro se habían producido noticias y protestas sobre el pésimo estado de los aviones ex soviéticos y alquilados para el transporte de tropas. La situación era del tipo de que Trillo hacía viajar a los militares en viejos taxis aéreos cuasi piratas. Las condiciones eran tan malas que afectaban a la seguridad, al margen de ser sumamente incómodos. La causa del accidente se achacó al piloto en condiciones de baja visibilidad, con poco combustible y en un aeropuerto complejo. Una chapuza monumental.

El informe final enumeraba los siguientes fallos como desencadenantes de la tragedia: a) pérdida de la conciencia de la situación por la fatiga de la tripulación, b) incumplimiento por la tripulación de los procedimientos normalizados, c) aproximación por la tripulación con falta de precisión, d) utilización incorrecta de los instrumentos y sistemas de vuelo automáticos, e) insuficiente formación LOFT (Capacitación Orientada al Vuelo de Líneas Aéreas), f) descenso por debajo de la altitud mínima en zona que provocó el impacto.

Una tripulación que no dormía lo suficiente, con deficiente formación, en un avión viejo. Una terrible chapuza que costó la vida a 62 militares, por la responsabilidad de Trillo, que fue premiado por su hazaña con la embajada de Londres.

Hubo total incompetencia política. Ni tan siquiera se suscribieron los preceptivos seguros. Una nación que no puede transportar a sus tropas a una zona de conflicto con los medios de su propio Ejército simplemente no está en condiciones de acudir a ningún teatro de operaciones y, por ende, no debe arriesgar la vida de sus soldados.

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Sin embargo, los políticos estaban dispuestos a asumir compromisos que excedían las posibilidades y la política de austeridad, realizada de manera indiscriminada (salvo para los políticos y sus familiares) y más bien selectiva en los sectores esenciales del Estado, lo que entrañaba un pésimo gobierno. El entonces ministro de Defesa del PP, Federico Trillo-Figueroa descargó la responsabilidad sobre los militares, sobre los mandos. Estos ya habían indicado a su superior político la falta de medios suficientes. No se atendió a los criterios técnicos. Trillo no estaba dispuesto a desairar a un Aznar implicado en su propia proyección internacional, de la mano de la política exterior belicista de George W. Bush.

Luis Alejandre, ex jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, definió bien a Trillo: “ambicioso, trepa y ególatra”. Un incompetente que merecía haber sido juzgado por 75 homicidios involuntarios y que, por el contrario, ha sido premiado con una embajada de lujo, donde se ha permitido echar de malos modos a la secretaria, para poner a su Julieta, sin que la que no puede vivir este católico oficial de doble vida, contratar a un mayordomo con “tres idiomas” e intentar colocar a su hija como agregada de Turismo.

¡Qué tropa! ¡Qué mafia!

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