Miguel Sempere
Carlos Cuesta ha sido, sin duda, por méritos propios, el lacayo pepero del verano, aunque haya fracasado en su obsesiva campaña para que Pedro Sánchez se abstuviera.
Mientras el ajado, desgastado y aburrido Antonio Jiménez se tomaba unas nadas merecidas vacaciones, e incluso el lacayo mayor de Rajoy, Francisco Marhuenda daba también la espantada estival en el momento decisivo, Carlos Cuesta ha estado al pie del cañón, como si le fuera la vida en ello, con esa pasión lacaya que le sale natural como el tic del hombro.
Cuesta ha conseguido tal pluralidad en su programa que, a falta del electricista José Luis Corcuera, venido a mejor fortuna por las puertas giratorias, incluso ha conseguido a una socialista expulsada o expedientada que habla casi como Andrea Levy y que, por supuesto, estaba por la abstención de Pedro Sánchez.
Cuesta ha abandonado el prime time episcopal –cuesta, valga la redundancia, diez millones al año de pérdidas- desconcertado porque Pedro Sánchez haya aguantado la presión de 13 TV.