Virginia Montes
El Gobierno polaco no ha hecho ni caso a las persistentes reclamaciones del argentino Jorge Bergoglio para que abra sus fronteras y se deje invadir por una marea migratoria musulmana.
Con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, Bergoglio, el 27 de julio, instó al Gobierno polaco a mostrarse «disponible» para acoger a los inmigrantes, «aquellos que huyen de las guerras y el hambre«, en el primer discurso que pronunció en Cracovia ante las autoridades en el palacio de Wawel.
En su primer discurso en Polonia, el confuso Bergoglio –que acudió a Lesbos para llevarse a tres familias musulmanas al Vaticano, dejando a familias cristianas en tierra- sostuvo que «se han de identificar las causas de la emigración en Polonia dando facilidades a los que desean regresar, pero al mismo tiempo hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y el hambre, solidaridad con los que están privados de sus derechos universales, incluido profesar libremente y con seguridad la propia fe«. Si bien no hizo ninguna referencia al genocidio de los cristianos en Siria e Iraq, que son quienes no pueden profesar su fe.
Estos mensajes no han tenido ningún eco en el Gobierno de Varsovia. El ministro polaco de Interior, Mariusz Blaszczak, acaba de declarar que el debate sobre la reubicación de refugiados es «inútil» y contraproducente, ya que genera «un efecto llamada«, a la vez que defendió la conveniencia de blindar las fronteras exteriores comunitarias ante la ola migratoria.
«Una buena solución -ante la constante llegada de un elevado número de inmigrantes y refugiados- es el cierre de las fronteras exteriores de la Unión Europea«, dijo Blaszczak a la radio pública de Polonia.