Enrique de Diego
Es cierto que Mariano Rajoy ha ninguneado en su discurso a Ciudadanos, situado incluso por detrás de Foro de Asturias, UPN y Partido Aragonés; también lo es que prácticamente no hizo referencia a los acuerdos con Ciudadanos, salvo de manera muy liviana y es sobre todo cierto que un Rajoy plano y burócrata, pero también prepotente, se presentó de nuevo como el ganador en las urnas, que ha tenido la condescendencia de pedir el apoyo de los de Albert Rivera, eso nos muestra que más que un acuerdo de aliados se trata del endeble pacto de circunstancias entre competidores.
La jornada ha mostrado que PP y Ciudadanos vivirían en la tensión continua, al borde siempre de la ruptura. Rajoy quiere absorber a Ciudadanos, se le nota que los considera unos advenedizos que han entrado en su terreno, y a los de Ciudadanos se les muestra que quieren marcar distancias y estar con el Gobierno al tiempo que en la oposición.
Las reacciones de Ciudadanos han sido virulentas. Su portavoz parlamentario, Juan Carlos Girauta ha recriminado a Rajoy que en su discurso no haya habido “ni una sola apelación ni al PSOE para pedirle la abstención ni a ningún otro partido”. Lo que indica que Rajoy da este primer tiempo por perdido. Girauta se ha mostrado –por escrito, que ahí se expresa mejor que en la oratoria- duro, como un portavoz de la oposición, indicando que es Rajoy “el que tiene poner la voluntad para conseguir sus apoyos” y en una clara descalificación ha llegado a indicar que “Rajoy tiene la obligación institucional de creerse su propia investidura”.
Y sangrando legítimamente por las 150 heridas, ha lamentado que Rajoy ha dado muy pocas explicaciones sobre los puntos pactados y se ha remitido a la intervención de Rivera: “Mañana Albert Rivera expondrá las 150 reformas que no se han explicado”.
El acuerdo de PP y Ciudadanos no tiene consistencia, ni capacidad para ofrecer estabilidad y confianza.