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El desastre Zaplana: Cuando Valencia era Hollywood

Redacción




Eduardo Zaplana, cortoplacista. /Foto: laverdad.es.
Eduardo Zaplana, cortoplacista. /Foto: laverdad.es.

Josep Sansano

En las afueras de Alicante, en la zona llamada de Aguamarga, a unos cientos de metros del Mediterráneo, la Ciudad de la Luz hace tiempo se apagó y sus instalaciones están en un lamentable estado de abandono: 320.000 metros cuadrados, 11.000 metros cuadrados de platós de rodaje interior, 15.000 metros cuadrados de almacenes y talleres de construcción de decorados. Esta especie de Cinecittá, de Hollywood levantino, fue puesta en marcha por la voluntad de Eduardo Zaplana, con el apoyo de Luis García Berlanga que aquí desarrolló su particular mezcla esperpéntica de Bienvenido Mr Zaplana y La escopeta nacional.

Ciudad de la Luz SAU fue puesta en marcha con el dinero de los contribuyentes en la orgía megalómana del desastre Zaplana, paradigma de los efectos devastadores del cortoplacismo. El 75% de las acciones, de “Proyectos Temáticos de la Comunidad Valenciana”, el organismo autónomo dinamizador de todas las aventuras faraónicas del zaplanismo.

Ciudad de la Luz, todo un fiasco. /Foto: lavanguardia.com.
Ciudad de la Luz, todo un fiasco. /Foto: lavanguardia.com.

Ciudad de la Luz incluye un superplató de 5.000 metros cuadrados y un Centro de Estudios donde se iba a poder cursar Comunicación Audiovisual. Se hicieron cosas tan ridículas como subvencionar a una productora francesa para que grabara allí la película Asterix con Gerard Depardieu. Hubo –había prisa por inaugurar- una absoluta falta de control en las adjudicaciones y un desmesurado importe de las mismas; negocio para los constructores amigos del PP. La Comisión Europea ha declarado ilegales las obras. Se han perdido en este pozo sin fondo, que hoy es un monumento al despilfarro, 265 millones y se deben otros 190 millones.

La Ciudad de la Luz surgió, como una iniciativa atropellada, -como tantas en la hiperactividad zaplanista, un liberal que en sus ansias de triunfo rápido intervenía como un dictador bananero sin criterio- como una hija bastarda de Terra Mítica, en medio de curiosos conflictos localistas. Puesto que Terra Mítica había sido instalada en Benidorm –favoreciendo mucho a los intereses familiares de los Barceló, dos torres de hoteles en primera línea- era preciso hacer algo en Alicante, que evitara críticas.

La primera presentación de la Ciudad de la Luz –de la Lucentum romana- mejoró a cualquier surrealismo: una exaltación en vídeo de la luz en sí. No se sabía qué hacer. Y entonces apareció Berlanga con problemas económicos y dando brillo a la itinerante corte zaplanista y, ¡eureka!, Alicante a competir con Hollywood sin reparar en gastos.

La Comunidad Valenciana era una fiesta con localismos competitivos

Proyectos temáticos, inauguraciones, no había que parar. La Comunidad Valenciana era una fiesta. La Universidad Miguel Hernández en Elche, sobredimensionada; con un campus en Orihuela, para evitar, de nuevo, críticas localistas. El Circuito Ricardo Tormo en Cheste. El aeropuerto de Castellón, al que iban a llegar tantos viajeros británicos y alemanes hacia Marian d´Or, que hubo que gastar 150 millones, pagados a la constructora Conaer, con instalaciones de lujo, suelos de gres, bancos de hierro de diseño, material sin límites de Porcelanosa. Iban a llegar tantos que en el contrato establecido con la empresa gestora, la francesa SNC Lavalin se establece el cobro de un canon si se superan los 1,2 millones al año, cuando sólo hay tres vuelos a la semana, que siguen costando al contribuyente 4,5 millones anuales.

La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, culminación de ese cortoplacismo faraónico unió el nombre de Zaplana al de Santiago Calatrava, icono arquitectónico de la España del despilfarro y el sobrecoste. Empezó siendo un proyecto del socialista Joan Lerma, quien puso en marcha en 1989 la construcción de un Museo de la Ciencia, con Santiago Calatrava. En 1994, el consejero de Economía, José Luis Olivas, quien luego hundiría, mediante saqueo, Bancaja y Caja de Valencia, anunció la paralización de las obras, para rediseñar el proyecto “con una filosofía distinta”, más gigantista. Así vinieron l´Hemisferic, el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, l’Umbracle, el Palacio de las Artes Reina Sofía, el Ágora y el Oceanográfico, el acuario más grande del mundo, porque todo, en el agitado zaplanismo, tenía que ser lo más grande y epatante del mundo.

La Ciudad de la Luz no murió por los avatares del mercado; de hecho, nunca hubo un estudio de mercado, sino una ensoñación muy rentable para cuantos se lucraron, Berlanga incluido. La Ciudad de la Luz nació muerta.