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¿Por qué duró ocho siglos la Reconquista?

Redacción




La España cristiana fue frontera con el islam. /Foto: artehistoria.com.
La España cristiana fue frontera con el islam. /Foto: artehistoria.com.

Enrique de Diego

Ortega dice en “España invertebrada” que algo que dura ocho siglos no puede llamarse reconquista. Cuando Ortega se ponía a frivolizar lo bordaba. No tiene, sin duda, parangón en la historia de la Humanidad, ni en la bélica, un proceso de lucha durante ochocientos años.

Tras el derrumbe del dividido reino godo, quedaron unos pocos focos de resistencia pirenaicos, y el pequeño reino de Asturias, en el que Vizcaya y Álava siempre estuvieron en manos de sus propietarios cristianos.

¿Cómo pudo sobrevivir el pequeño reino asturiano, esa pequeña llamada que irá creciendo?

  1. Los musulmanes habían cruzado los Pirineos y tomado Narbona. Seguían en su expansión hasta la gran derrota de Poitiers (732) y posterior reconquista de Narbona (737) por Carlos Martel.
  2. Estalló una guerra civil entre bereberes y árabes, que ganaron estos. También hubo epidemias.

Esto último benefició mucho a Asturias. El islamismo nunca ha superado el orden tribal. Es un mesianismo copia y alternativo al hebreo –al principio, Mahoma y los suyos rezaban orientados hacia Jerusalén- en el que los receptores de la promesa son los ismaelitas, los árabes, descendientes de Ismael, hijo de la esclava. El Corán sólo puede recitarse en árabe antiguo, los lugares santos están en Arabia y los árabes tienen la preeminencia. Durante más de un siglo no hubo musulmanes no árabes y cuando se permitió la conversión, se adscribían a una tribu.

En ese clima étnicamente sectario, los bereberes se rebelaron por la discriminación en el reparto. Tuvo un respiro en la presión el reino de Asturias, cuya existencia siempre estuvo acicateada por la pulsión de luchar contra el invasor y recuperar la España goda y cristiana, esa a la que San Isidoro de Sevilla había hecho su apasionada Alabanza, que reiteraría con idéntico enamoramiento, en el siglo XIII, el gran Don Rodrigo Ximénez de Rada.

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Para sobrevivir, el reino de Asturias desarrolló una estrategia de tierra quemada. Alfonso I el Católico (739-757) yermó la amplia zona que va desde el Duero hasta la Cordillera Cantábrica, para dificultar las razias musulmanas. Un yermo, un desierto, pues. Aún así, en los años 794 y 795, Oviedo fue destruido y su población esclavizada y pasada a cuchillo.

La historiografía ha percibido que a partir del último tercio del siglo VIII los musulmanes desistieron del dominio total de la Península. No vuelve a haber conquista, ni tan siquiera con Almanzor. No le encuentran razón, aunque hay dos bien sencillas:

  1. a los hombres del desierto no les hubo de parecer grata la tierra fría con los inviernos duros de Cantabria, Vascongadas y Galicia. Prefirieron instalarse en la fértil y cálida parte sureña de la península.
  2. los musulmanes ‘utilizaron’ las zonas cristianas como un criadero de esclavas (preferentemente a esclavos), lo que permitía financiar las costosas campañas del ejército y mantener a éste, que era donde se edificaba el poder. Córdoba siempre fue un gran mercado de esclavitud, en el que las vasconas eran muy apreciadas y altamente rentables, para los creyentes ricos y lujuriosos.

Hay un humillante hecho histórico que refleja en grado extremo esa utilización de criadero de esclavas: el impuesto de las cien doncellas establecido con Mauregato.

No han dado los historiadores con estas explicaciones tan obvias hasta el punto de que consideran que no se producen conquistas porque Córdoba “no disponía del elemento humano suficiente para poblar y consolidar sus conquistas”. Córdoba siempre dispuso de abundante elemento humano de guerreros venidos de todo el islam.

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Y esa es la razón fundamental por la que el proceso bélico denominado reconquista duró ocho siglos: los cristianos –de Asturias, León, Castilla, Aragón- nunca se enfrentaron sólo a los andalusíes sino que siempre fueron frontera con un imperio fanático-religioso: el islam. Por ejemplo, todo el ejército de Almanzor era magrebí, de obediencia personal, y sobre él edificó su poder.

En esta lucha divinal, los cristianos recurrieron a la intercesión de Santiago, protector de sus huestes.

Durante más de un siglo, la frontera se estableció en el Duero. Y en el Ebro, en el caso de Aragón, durante mucho más tiempo. Hay que visitar la espléndida fortaleza califal de Gormaz para percibir la fiereza de aquella contienda.

Cuando, con Alfonso VI, se da el salto a Toledo, sin que el Duero deje de ser frontera cincuenta años más, se produce la primera gran oleada de refuerzos de más allá del Estrecho: los almorávides. Y luego los almohades. Y más tarde los benimerines. El esfuerzo de los cristianos fue impresionante. En España se frena al islam y se le hace retroceder. En el ejército almohade una de las unidades más temidas eran los jinetes guzz, kurdos, diestros con el arco a caballo, capaces de disparar en plena carrera y atravesar las lorigas. En el ejército del Miramamolín había árabes de las tribus Banu Riyah, Banu Yusam y Banu Gadi.

Los refuerzos islámicos siempre fueron tan abundantes como constantes durante ocho siglos de épica cristiana y española, porque España se forjó contra el islam invasor, hasta que en 1492 se cumplió el viejo sueño de los resistentes de Covadonga de recuperar la España goda y cristiana.