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La sociedad dual (1)

Redacción




Nuevos Ministerios: la gloria del Estado, la miseria de la sociedad. /Foto: fotomadrid.com.
Nuevos Ministerios: la gloria del Estado, la miseria de la sociedad. /Foto: fotomadrid.com.

Redacción

Iniciamos la reproducción del capítulo «La sociedad dual» del libro «Privatizar las mentes» (1996) de Enrique de Diego, como demostración de que la crisis era previsible, de que no se adoptaron las medidas para evitarla por la gran trama de intereses creados:

El Estado tal y como lo conocemos hoy es insostenible. La sociedad tal y como hoy está articulada sufrirá modificaciones sustanciales. Los gobiernos no pueden sustraerse a esa dinámica a pesar del peligroso abismo entre el análisis de las clases dirigentes y los intereses de las bases electorales drogodependientes.

No puede mantenerse un sistema de Seguridad Social estatal ni un sistema de pensiones. El mismo interior de las empresas se va a ir modificando de forma importante. Se va hacia un mundo con menos protección estatal, con más libertad y más responsabilidad personal. En el año 1993el número de españoles que dependían del Presupuesto era superior al de los que dependían del sector privado. Según los datos aportados por la Fundación Fondo para la Investigación Económica y Social (Fies), que preside Enrique Fuentes Quintana, y del Servicio de Estudios del Consejo Superior de Cámaras de Comercio, en 1993 el número de empresarios y autónomos se elevó a 2,4 millones lo que unido a los 7,3 millones de asalariados del sector privado suman 9,7 millones. Frente a ellos hay 2,1 millones de empleados públicos y ocho millones de personas que perciben transferencias del Estado (pensionistas y desempleados) lo que suman 10,1 millones, es decir cuatrocientos mil más.

Este incremento de las personas que dependen del sector público produce una destrucción de empleo en el sector privado. La dinámica última, si se sigue por la misma línea, como piden los sindicatos, sería la fórmula de la URSS sin necesidad de tomar el Palacio de Invierno, con la simple conquista de los Presupuestos Generales. La destrucción de empleo en el sector privado es fruto de una reducción de la competitividad de las empresas sobre las que recae buena parte de la expoliación de fondos para mantener los crecientes sectores improductivos. Las respuestas, necesarias, son la eliminación de contratos, para evitar los costes de la Seguridad Social, e incluso la inmersión de las empresas o de parte de ellas fuera del marco legal para evitar también al fisco. Esta situación se ha dado hasta ahora en empresas manufactureras y exportadoras.

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No es cierto, por ejemplo, que la flexibilización del mercado en el trabajo vaya a producir precariedad en el empleo, como han repetido hasta la saciedad los sindicatos. La precariedad en el empleo es previa. La ley –dentro del esquema del positivismo- ha tratado de acercarse a una realidad que le desborda.

El intervencionista ha de suprimir la propiedad privada o dejar de ser intervencionista. Es decir, ha de suprimir la libertad. Pero en un régimen de propiedad privada, y consiguientemente de libertades, el intervencionista no puede hacer otra cosa que ir detrás de los acontecimientos, salvo que se decida a que el orden espontáneo se autorregule. Se necesitarán en el futuro nuevas y más intensas flexibilizaciones del trabajo, porque ya se están poniendo en práctica en las empresas.

Obviamente, a la empresa le conviene un tipo de trabajador que funcione como un autónomo, con sueldo en relación con su productividad, y que se organice su seguro médico y su fondo de pensiones. Si se supera la hipocresía progresista y sindical, hay que reconocer que aproximadamente el veinte por ciento de la economía nacional ha pasado al estadio precapitalista de economía sumergida. Los mismos contratos de aprendizaje no hacen otra cosa que abrir una vía legal para el acceso al mercado de trabajo cuando las familias están pidiendo a los empresarios amigos, que dejen trabajar a sus hijos sin cobrar nada y cuando esa es la realidad de la mayoría de los nuevos titulados universitarios.

La sociedad española en la que vivimos no sólo es una sociedad desvertebrada sino que es una sociedad monstruosa. El viejo mito simplificador de las dos Españas, que hasta el momento había tenido una raíz ideológica, se ha trastocado en una realidad palpable: media España vive de lo que produce la otra media.

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