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La inteligencia media

Redacción




Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, dos representantes de la inteligencia media. /Foto: 20minutos.es.
Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, dos representantes de la inteligencia media. /Foto: 20minutos.es.

Enrique de Diego

Extracto del libro «Privatizar las mentes» (1996), Ediciones Internacionales Universitarias.

Las relaciones públicas, los diáconos de ese Estado son los componentes de la inteligencia media. A ellos está encomendada la tarea de transmitir los valores estatistas. Cuentan en su favor con la imagen de asepsia de la que Leviatán se ha rodeado en nuestros días. Participan del aparente desinterés, del inocente altruismo con el que el Estado moral se rodea. Frente al egoísmo, frente a la competencia, frente al afán de lucro, la inteligencia media ejerce de nueva secta farisea cuando es una nomenklatura.

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La inteligencia media no crea, simplemente transmite. No pone en duda nada ni se asemeja a los antiguos e irreverentes librepensadores sino que está acostumbrada a adormecer las conciencias y a desalentar a los espíritus individuales. Todo asomo de competencia ha sido desterrado de nuestras escuelas. Los alumnos deben evitarse traumas; todo ha de ser fácil h benévolo. Si se habla de crisis de autoridad en las escuelas, si la docencia es la profesión que con mayor densidad recibe los divanes del psiquiatra, no son efectos fruto de la casualidad sino de la causalidad. Ya no hay maestros sino docentes. No se transmite una enseñanza personal sino una impersonal planificación cuyo objetivo último es que los alumnos aprendan a amar inconscientemente al Estado, que se mantengan en la inmadurez y reclamen un poder tutelar, que agradezcan los desvelos de un poder benefactor.

¿Quiénes componen la inteligencia media? A esa categoría pertenecen en lugar destacado los docentes de los varios niveles educativos. A ellos compete difundir el mínimo común denominador cultural y de valores. También los que tienen como profesión la actividad cultural: cineastas, actores, guionistas, traductores, adaptadores, etc. La inteligencia media no es creadora, sino difusora. No debe considerarse dentro de ella a pintores, novelistas, dramaturgos, escultores con entidad propia, aunque convenga una matización importante. El pensador no es inteligencia media pero el profesor sí. El filósofo no es inteligencia media pero el profesor de filosofía sí. La inteligencia media se ha conocido, o confundido, tradicionalmente con el genérico nombre de “intelectuales”. En Francia son el 3% de la población activa. En España este fenómeno socio-político tiene unas connotaciones folclóricas inexistentes en el caso francés. Aquí militante en la inteligencia media cantantes y artistas, en ocasiones con un nivel cultural bajo, pero a los que se concede una universal capacidad para entender y opinar de todo. Otro grupo importante de la inteligencia media lo constituyen los periodistas cuya profesión consiste precisamente en comunicar,

La inteligencia media ha recibido hasta ahora a cambio la seguridad en el empleo y ha eliminado de sus vidas el riesgo y la competitividad. Además gozaba del crédito de realizar una tarea ética en beneficio del Estado. La mentalidad de probo funcionario se ha extendido por la educación, la comunicación y la cultura a medida que se ha ido estatalizando. La pretendida asepsia de todo este entramado de intereses es una simple falacia. Asegurando su vida a cambio de su servicio al Estado, la inteligencia media ha hecho dejación de su esencia. Ha perdido ilusión por la auténtica educación de las personas, se ha distanciado del resto de la sociedad y ha ido perdiendo el liderazgo.

La operación estaba concienzudamente diseñada pero ha sido un completo fracaso. En la estafa estatal, la inteligencia media ha asumido su responsabilidad. Ha alentado la existencia del Estado, ha visto con buenos ojos la asfixia de la enseñanza privada, y al final se ha convertido en un grupo de interés que teme por la pérdida de sus pobres privilegios.

Esa inteligencia media es la que se mueve con mayor empeño en las campañas electorales, la que firma manifiestos y rodea del prestigio de la cultura a las posiciones estatistas. Los valores culturales son una moneda que se maneja en beneficio propio. Esa bolsa de voto subsidiado que se conoce como el pesebre es especialmente rentable, porque aporta una cierta estética a la compraventa del voto, y al justificar la presencia estatal en ámbitos en los que su presencia es más perniciosa y menos indicada lo que hace es justificar la presencia del Estado en cualquier ámbito.