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Casta parasitaria: A imagen y semejanza de la monarquía

Redacción




Los borbones, viviendo del cuento y llevándoselo a paraísos fiscales. /Foto: YouTube.com.
Los borbones, viviendo del cuento y llevándoselo a paraísos fiscales. /Foto: YouTube.com.

Enrique de Diego

El franquismo nunca tuvo una clase política, propiamente dicha. Franco, que era un militar con profundas convicciones cristianas, aborrecía de la política. En el franquismo se hablaba de “familias” del régimen, lo que evidencia que se trataba de grupos poco nutridos, cuyos miembros por lo normal tenían brillantes carreras y desahogadas economías en la vida civil.

Esta extraña democracia puesta en marcha por franquistas situó al franquismo como el enemigo a batir, luchando contra su fantasma. De esa forma, y como un esotérico consenso se ha hecho una ridiculización del franquismo, una caricatura, una parodia, que no explica el éxito de supervivencia del régimen ni los incrementos del PIB por encima de una media del 7%, y en algunos años del 12%. Una clave es precisamente esa ausencia de clase política. Hubo ayuntamientos y diputaciones muy eficaces, en las que alcaldes y presidentes de la Diputación no cobraban. Los llamados procuradores sólo cobraban dietas. Y había un ambiente de probidad con muy bajos niveles de corrupción. A pocos políticos, bajos impuestos.

Nueva profesión para serviles y mediocres: político

La naciente democracia pudo darle el marchamo democrático a ese esquema eficiente, pero lo que se generó fue una nueva profesión para mediocres y serviles: político. Los jóvenes de mi generación –ingresé en la Universidad en el curso 72/73- no conocíamos la palabra paro y teníamos dos salidas: el sector privado o una oposición. De pronto, hubo una nueva profesión para lo que no se precisaba opositar, ni curriculum ninguno, salvo la disposición a mantener la disciplina interna y adular al jefe.

Si había en el franquismo una escuálida clase política incipiente, proveniente del Frente de Juventudes, a la que pertenecían Adolfo Suárez, Rodolfo Martín Villa y Gabriel Cisneros. Fueron los que pactaron con la débil oposición la generación de un inmenso botín electoral. Lejos de apostar por la elección directa del alcalde, se parlamentarizaron los ayuntamientos. Lo mismo sucedió con las Diputaciones. Y se generó el cáncer autonómico. De modo que en un territorio algo menor al de Texas, se pusieron en marcha dos cámaras nacionales y diecisiete en los miniestados. Siguiendo las pautas lógicas de la public choice de James M Buchanan, cada político se dotó de coche oficial, conductor, secretaria, jefe de prensa, jefe de protocolo y asesores (652, en el caso de Zapatero, y prácticamente la misma cifra con Rajoy). Normalmente, ese personal, de libre designación, se nutre de correligionarios y familiares, hasta el punto de que de los 3.200.000 funcionarios existentes en España, sólo 800.000 han accedido mediante la reglamentaria oposición.

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Más de diez mil aforados

Ni tan siquiera existe un censo de políticos en España, aunque sabemos que existen más de 10.000 aforados. Toda vez que la democracia pretende evitar la instalación permanente en el poder, porque ello conllevaría abuso, y ese es el sentido de que las elecciones sean de manera regular a tiempo tasado, el paso de clase política a casta parasitaria implica sortear ese escollo para convertir el puesto en vitalicio. Para ello, se fortalecieron la burocracias partidarias, de modo que el partido funciona no como un cauce de representación sino como una especie de mafia que asegura la carrera interna.

Casta parasitaria vitalicia, a imagen y semejanza de la monarquía, de modo que en muchos aspectos hemos regresado a la sociedad estamental, con una nueva aristocracia que no ofrece servicios ni seguridad, sino que genera de continuo problemas para evitar la protesta y la rebelión. Y hereditaria. Hubo un pequeño momento histórico que ejemplificó ese paso: Zapatero presentó a Bibiana Aído y a Leyre Pajín como dos jóvenes valores, de mujeres luchadoras. Sin embargo, ambas eran hijas de influyentes familias socialistas, con peso en el partido, que las habían colocado. Se ha hecho ya muy habitual que hijos o familiares sucedan en el cargo a los políticos.

La instalación de la casta parasitaria es la causa fundamental de la crisis sistémica que padecemos y rompe el dinamismo de la movilidad social, petrificando a la sociedad y quitando el presente y el futuro a los jóvenes. Los de mi generación de la transición vimos como surgían dos nuevos conceptos: político profesional y paro; ambos son simbióticos, forman una estrecha e indeseable unidad.