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Federico Trillo, la historia de una gran mentira: El último monicaco

Redacción




Federico Trillo, un insulto a la carrera diplomática. /Foto: ultimahora.es.
Federico Trillo, un insulto a la carrera diplomática. /Foto: ultimahora.es.

Yrene Calais

De todos es sabido que las embajadas de España en Francia o Inglaterra o Estados Unidos son cargos definidos por el poder político, pero llegar al nivel de colocar a Federico Trillo, no el último mohicano, de James Fenimore Cooper, sino el último monicaco, sin ninguna experiencia diplomática a sus espaldas, ningún conocimiento de historia internacional, me parece surrealista.

Pero el Gobierno de Mariano Rajoy nos tiene acostumbrados a esto; la clase política se va deteriorando cada legislatura; ya a las caras de lampantes por tocar poder, se une un cierto tufillo a monicaco cazurril y garbancero. El tiempo en el poder los ha ido marcando con un estigma indeleble que reza así: soy un corrupto.

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En el caso de Federico Trillo se dan todas estas condiciones, a la que además une la de cartagenero que parece estar vendiendo la manta al gitano. Este rasgo, curiosamente, también lo compartía el expolítico, Eduardo Zaplana, al que Federico, dicho sea de paso, odiaba a muerte. Ya se sabe que ni sirvas, a quien sirvió, ni ames, a quien amó. Y a Eduardo él le debía su puesto de cunero en la circunscripción de Alicante que, en tiempos de penuria, le vino muy bien para aguantar el tipo. “Estamos viviendo de lo ahorrado”, decía él, antes de tocar poder, “si no llegamos, no sé, no sé, por dónde vamos a salir”, profería él con acento recortado, ante el gesto de estupor y sorpresa de los que allí estábamos presentes, pero atrás quedaron estos tiempos de estrechez para dar paso a otros de abundancia, y es que en el caso de Federico el cuerno de la abundancia ha derramado bienes para él y para toda su familia.

Colocando a la familia con cargo al Presupuesto

Primero colocaron a la mujer, ¡ah! no perdonen, en el caso de Federico fue su padre que en paz descanse el que la hizo desfilar con plaza vitalicia ministerial, a María José Molinuevo, según cuentan fuentes cercanas al matrimonio. Más tarde, esta práctica se volvió a repetir con los hijos. Parece ser que, de repente, unas chicas estudiosas, sin más, despertaron con unas inteligencias preclaras, para en tiempo raudo obtener plaza de letrado del Consejo de Estado y de letrado de las Cortes siendo Federico padrino de bautismo desde el nefasto puesto de ministro de Defensa y de presidente –curiosamente- de las Cortes, pero fue pura casualidad: las niñas eran las mejores preparadas. Así se las ponían a Felipe II.

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Más tarde, la ambición sin límites, y después del desgraciado accidente del Yak 42, en el que Trillo –por un mínimo de decencia tuvo que haber presentado la dimisión, aunque en un país serio estaría en la cárcel por homicidio involuntario, pues éste es siempre muy cicatero con los demás- se dedicó a la conspiración, a engrosar dosieres, con los que poder presionar para una salida digna y un futuro puesto; él no molestaría y asumiría gustoso la pena de destierro, en la paradisiaca embajada de Londres. Es un resumen aclaratorio, para aquellos que no hayan seguido desde el principio la serie.

Estos meses de sin gobierno, de incertidumbre política y de inmovilismo marmotero al que nos tiene acostumbrados Rajoy, no crean ustedes que están tan tranquilos en las cloacas del Partido Popular. Hay un ir y venir por los despachos para asegurarse una salida digna y vitalicia, con cargo al Presupuesto, antes que venga la oposición. Un próximo Gobierno serio debería revisar todas estas prácticas irregulares y despojarlos de sus privilegios y derechos, sin reparos, al estilo Erdogan, pero eso no lo verán mis ojos, ni los suyos, querido lector, tampoco. El pueblo español, apático y sin fuerza vital, se ha dejado vencer por esta canalla.

Todos están intentando colocarse y colocar a sus vástagos, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. Hay todo un baile de puestos secundarios. Se han licitado plazas de la función pública, a pesar de no haber Gobierno, en un Estado que ya ni puede pagar las pensiones, colocándose a chupar la teta de la vaca, porque el hambre da más cornadas que el toro.

Mariano Rajoy mira para otro lado, porque carente de apoyos, no está fuerte para decir nada y, además considera que su casta es la única que merece vivir y sobrevivir, porque ellos son la élite y nosotros los súbditos, vulgares cucarachas. Este tipo de males inmovilistas tienen un origen claro en la casta monárquica: la monarquía supone la vulneración más clara y sangrante del principio de igualdad de todos ante la Ley y genera clientelismo y castas de parásitos.

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Intento fallido de colocar a su hija en la Embajada

¿Por qué ha querido colocar a su hija en Londres como agregada de Turismo? Porque sabrán, ustedes, que ¡ha querido colocar a una de sus hijas en la Embajada, que se presentó el último día para intentar que no se enterara nadie! Es muy simple la respuesta: una agregaduría en la Embajada supone viajar gratis, residencia gratis, no pagar impuestos, valija diplomática, a la que él está muy acostumbrado; el colegio de los niños, gratis; la comida, gratis. Vamos, que es una bicoca, que ya la quisiera usted, señor lector, que cuenta los euros para llegar a fin de mes. Y todo esto no estoy dispuesta a financiarlo con mi dinero, porque si nobleza, obliga, el mayordomo con tres idiomas y los tés a las cinco en la Embajada y demás veleidades de este monicaco que se las financie él. Por eso es hora, ya, de que haga las maletas, aunque mi instinto periodístico me dice que él ya tiene un entramado montado en la City para seguir manejando los hilos, con María José, cuya ambición es desmedida. María José quisiera que la luna fuera un sombrero y llevárselo montada en la carroza a Ascot. Y con Julieta de Micheo, por supuesto. Que, en estos, tres no son multitud.

Y ahora, me pregunto, queridos lectores, para qué hay tanto joven estudiando en la Escuela Diplomática, haciendo cursos, méritos y oposiciones, dejándose la piel, si luego estos puestos se reparten entre cuatro advenedizos. Cierren las escuelas diplomáticas, porque también las soportamos nosotros, los contribuyentes, y es hora de que se aprieten también los políticos el cinturón.

Porque ¿qué se ha creído este monicaco de Federico Trillo, el hombre que sabía demasiado?