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Tragedia de los cristianos de Mosul: “El Vaticano no hace nada”

Redacción




De 1.500.000 cristianos en Iraq, sólo quedan 300.000. /Foto: warisboring.com
De 1.500.000 cristianos en Iraq, sólo quedan 300.000. /Foto: warisboring.com

Redacción

Reproducimos la crónica del digital argentino Télam. Dieciséis hombres armados y con uniformes militares entran en la Iglesia caldea de San Jorge. Nadie los recibe porque ya no hay nadie en la iglesia. Tampoco los hay en el pueblo. Todos los habitantes lo abandonaron apresuradamente hace dos años.

Al caminar, los borceguíes de los hombres muelen los fragmentos de vidrios que alfombran el piso. Nadie habla hasta que un soldado señala con el dedo un retrato todavía colgado en una pared y dice: «Papa». El cuadro, con el vidrio intacto, guarda la foto del Papa Francisco. La escena, que podría sorprender en otros lugares, no lo hace en Telskuf, un pueblo mayoritariamente cristiano en el norte de Irak y en la primera línea en el frente de Mosul, la segunda ciudad de Irak en manos del grupo yihadista Estado Islámico desde hace dos años.

El ejército iraquí, apoyado por la coalición liderada por Estados Unidos, y junto a las fuerzas kurdas y milicias de grupos religiosos y étnicos, prepara la ofensiva contra la ciudad, último bastión de importancia de los yihadistas en el país luego que perdieran Faluya en junio. Telskuf está a solo 30 kilómetros al norte de Mosul y es el frente norte de una ciudad asediada también desde el este y oeste. Salvo algunos ataques sorpresivos por parte de los yihadistas, estos tres frentes están consolidados ya que el gran movimiento de tropas viene desde el sur. «Cuando el Estado Islámico tomó Telskuf lo primero que hicieron fue destruir todas las cruces de las iglesias«, dice Safaa Khamro, comandante de las Fuerzas de protección de Nínive, una de las brigadas formadas sólo por cristianos para defender sus puelos y tierras. Muchos de los asentamientos al norte y noreste de Mosul, concentran un gran número de cristianos.

A esa brigada pertenecen los dieciséis hombres que entraron al templo. Ahora, desde el techo de la iglesia, observan el pueblo y el horizonte. «Esa la pusimos de vuelta nosotros«, dice Khamro mostrando una gran cruz que ocupa el centro de la cúpula de la iglesia San Jorge. Como la mayoría de sus hombres, Khamro es asirio y pertenece a la Iglesia ortodoxa siria, independiente de Roma. La iglesia que visitan pertenece a la comunidad caldea, cristiana y bajo la autoridad del Vaticano.

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Las dos comunidades cristianas vivían en el pueblo hasta que a principios de agosto de 2014 fue invadido por el EI como parte del avance que tomó Mosul apenas dos meses antes. Durante 11 días los yihadistas saquearon y destruyeron la localidad hasta que las fuerzas kurdas la recuperaron. Khamro, originario de Telskuf, fue uno de los combatientes que luchó para retomar su pueblo.

«¿Si hay futuro para los cristianos en Irak? Yo debería hacerte esa pregunta. Eres el periodista número 119 que me entrevista. Estoy decepcionado con ustedes porque la coalición no nos apoya. Necesitamos más armas y vehículos«, dice Khamro mientras recorre el templo saqueado. A unos kilómetros de la iglesia, enterrado en la trinchera y protegido por bolsas de arena, James Albazi Albazi, 27 años, comparte la decepción de su comandante. «El uniforme que uso es el mismo desde hace dos años«, dice Albazi y luego vuelve la vista al frente.

La brigada de Khamro está bajo el mando de las fuerzas del Kurdistán, una región autónoma en el norte de Irak. También hay otras brigadas cristianas, pero afiliadas al ejército iraquí y que reciben apoyo de Estados Unidos. Entre todos mantienen la posición esperando el asalto final. «Cuando esto se acabe trabajaré como guardia para proteger nuestras tierras«, dice Albazi mientras acomoda la Kalashnikov que lo acompaña desde hace dos años. Sin embargo, no todos los cristianos quieren quedarse en sus tierras. «Nuestra gente prefiere irse de Irak. Es muy difícil para ellos volver a sus hogares en Mosul«, dice el monje Yousif Ibrahim, 42 años, y superior del monasterio asirio San Mateo, construido en la ladera suroeste del Monte Alfaf a 640 metros sobre el nivel del mar y a una hora y media de ruta de Telskuf hacia el este. Es uno de los santuarios cristianos más antiguos de Irak, fundado en el siglo cuarto. «Perdieron la confianza. Yo también perdí la confianza«, dice desde la terraza del monasterio desde donde se puede ver Mosul, a solo 30 kilómetros al suroeste, si no fuese por una densa neblina que cubre el horizonte.

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«El Vaticano no hace nada, en sus discursos dicen que nos quedemos, que no abandonemos nuestros hogares. Pero si vos no me garantizás mi seguridad, mi trabajo, mi refugio, ¿cómo decís eso?», agrega con un dejo de tristeza. A fines de la década del 80 había casi un millón y medio de cristianos en Irak. Más de 25 años después ese número se redujo a 300.000. Ordenado monje hace 10 años, Ibrahim nació en Bashiqa, a sólo 30 minutos del monasterio en la ruta hacia Mosul. En agosto de 2014, el frente de la guerra quedó inmóvil ahí y cuando los yihadistas tomaron Mosul, los casi 3.000 cristianos que vivían en la ciudad tuvieron que abandonarla.

Alrededor de 65 familias encontraron refugio en el monasterio que tiene 100 habitaciones. Pero cuando los yihadistas tomaron Bashiqa, todos dejaron el santuario en dirección al Kurdistán. Pero no solo la gente abandonó el monasterio. También lo hicieron los manuscritos centenarios y las reliquias que atesoraba San Mateo. Ante el avance yihadista, Ibrahim, junto a los otros siete monjes que viven con él, empaquetaron todo en apenas unas horas y lo enviaron al Kurdistán.

Quizá para olvidar la guerra que no cesa, Ibrahim mira mucho fútbol. «El problema de la selección argentina es que todos quieren ser delanteros. Todos quieren meter un gol. Pero se necesitan defensores, arqueros y mediocampistas«, dice. Un seco tiro de artillería interrumpe sus elogios a Messi. Son los bombardeos hacia las posiciones del EI que sacuden varias veces por día la llanura de Nínive, al pie del monte. «Estamos acostumbrados«, dice Ibrahim. «Cuando no lo oímos sentimos que algo nos falta«, agrega y vuelve a reír con ganas mientras enciende un nuevo cigarrillo.