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Información perversa: bajo la fascinación del verdugo

Redacción




Liturgia buenista en Niza. /Foto: lapatilla.com.
Liturgia buenista en Niza. /Foto: lapatilla.com.

Luis Bru

El viejo periodismo tenía un principio sagrado: no informar de suicidios porque eso producía un efecto de emulación. Este periodismo lacayo que deforma a la opinión pública siente una extraña fascinación por el verdugo e intenta, de manera obsesiva, conseguir la mayor cantidad posible de emuladores.

La información que se ofrece sobre las masacres es altamente perversa, parece hecha por mentes degeneradas para un público depravado. Frente a la lógica moral que implicaría poner el foco sobre las víctimas, el verdugo se convierte en el protagonista de una teleserie de “mentes criminales”.

Nunca se habla de las víctimas, ni se las pone cara, números de un trágico balance

Las víctimas, de hecho, no existen. No se las pone cara. No se habla de ellas. Son un simple número en un balance aterrador. Tampoco existen las familias. Nada sabemos de sus sentimientos. Se nos dice que se trata así de preservar la dignidad de las víctimas, pero sabemos que eso es falso. Lo que se pretende es evitar situaciones emocionales que lleven a la exigencia de responsabilidades de los políticos. Las llamadas a la unidad son una inducción al cierre de filas con los dirigentes. Con frecuencia, tras un atentado sube la popularidad de los políticos.

El asesinato en masa entraña en el suicida un componente de vanidad. Parte de una completa falta de autoestima, de un infinito complejo de inferioridad, de un temor absoluto a la vida. Trata de hacer el mayor daño posible, antes de abandonar un mundo en el que sufre y al que está inadaptado, y quiere se le reconozca, desea ser conocido aunque sea postmortem. Por eso, los terroristas suicidas musulmanes siempre han grabado vídeos de reivindicación.

Esa costumbre cinematográfica empezó en Palestina con Hamás, que es quien ha aportado esta lacra del terrorista suicida. El suicidio, por supuesto, está prohibido por el islamismo, pero uno de los fundadores de Hamás, Ahmed Yassín buscó y propagó un subterfugio: no era un suicidio, contra la evidencia, sino utilizar el arma como cuerpo. El suicida, y la organización que lo usa, siempre ha colgado esos vídeos necrófilos reivindicadores en las redes sociales.

Ahora, para mayor escarnio de las víctimas, se pasan por los informativos de las televisiones o se linkean en los digitales del lacayismo y la corrección política. Es una segunda vejación para las víctimas, pues el asesino las usa para adquirir protagonismo.

La nueva coartada mediáticopolítica: «actos de locura»

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El sistema se ha buscado una nueva coartada para hurtarse a cualquier debate o reflexión, para negarse a reconocer su fracaso: todos y cada uno son enfermos mentales, que lo son, que atraviesan procesos depresivos. Sus tremendos crímenes son, como ya se ha dicho respecto a Munich, “actos de locura”. Ninguna polémica sobre las fallas policiales en la prevención de los crímenes; ninguna denuncia de la tremenda inseguridad en la que se van sumiendo las sociedades europeas, cuyas manifestaciones colectivas de alegría se van convirtiendo en momentos de alto riesgo, incluidos los niños y adolescentes, que parecen ser el objetivo prioritario de las más recientes masacres.

Mediante esa información perversa, el sistema se blinda y se retroalimenta. Los políticos felicitan a la Policía por su profesionalidad, aunque el balance del crimen manifiesta todo lo contrario; destacan la labor humanitaria y solidaria de los servicios de atención, con lo que se felicitan a sí mismos; y alaban la tranquilidad de la ciudadanía, que acongojada se ha quedado en casa desprotegida.

Las víctimas nunca aparecen, o sólo ocasionalmente. Aunque la distancia sea enorme –ETA solo perpetró un atentado de terrorismo indiscriminado, en Hipercor, y eso produjo un intenso debate en su interior-, esa ocultación de las víctimas también se produjo en los llamados “años de plomo”, cuando se hacían los funerales deprisa y corriendo. Aquí, de hecho, no hay funerales, no hay una sola imagen de féretros. Es la ocultación completa.

Liturgia buenista: flores, velitas y ositos

Se promociona y promueve una liturgia buenista, insustancial y descomprometida, emocionalmente débil, con la colocación de ramos de flores, velitas que han sido despojadas de su primigenio carácter religioso y, últimamente, ositos por los niños. Nadie levanta la voz, todo se hace en silencio; no hay ni dolor, ni rabia, ni rebeldía, sólo un tenue abatimiento. Todo sugiere debilidad.

Emulación

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El político, eludiendo su responsabilidad, se beneficia mediáticamente por la masacre, incluso se legítima. Comparte el protagonismo con el verdugo, en una extraña y perversa simbiosis. Ocupa el primer plano con los minutos de silencio; tiene una intervención extraordinaria con una declaración, sin preguntas, a la que se reviste de cierta solemnidad; dice algunas frases grandilocuentes, y en sí vacías, sin que se le exijan medidas concretas ni resultados.

Esta información perversa favorece la emulación:

1.- Oculta a las víctimas, dejándolas en mero número de una estadísrica.

2.- Oculta a las familias y, por ende, el dolor y la tragedia.

3.- Da un protagonismo obsesivo y excesivo al verdugo.

4.- Blinda a los políticos de cualquier crítica.

5.- Políticos y verdugo comparten el protagonismo en una extraña simbiosis.

6.- Se orienta a la población hacia una liturgia silenciosa y buenista.

7.- Se favorece el desarme moral de la sociedad, acostumbrándola, mediante el espectáculo, para la próxima masacre, convenciéndola, mediante opiniones de expertos, de que nada se puede hacer, de que “hay que aprender a convivir con el terrorismo”, como ha dicho Manuel Valls, incapaz primer ministro de Francia.