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Federico Trillo, la historia de una gran mentira: El caso de la vajilla de Marín

Redacción




Federico Trillo, actual embajador en Londres. /Foto: petreraldia.com.
Federico Trillo, actual embajador en Londres. /Foto: petreraldia.com.

Yrene Calais

Querido lector, no se trata de un capítulo de Agatha Christie sino de una historia real que aconteció en la Academia de la Armada en Marín, donde durante años, según fuentes cercanas, una histórica vajilla, que muchos miembros de la Armada sobradamente conocerán, se utilizaba en momentos especiales, cuando acudían los reyes u otras personalidades.

A Federico Trillo, según ese complejo cleptomaníaco, que algunos le atribuyen, bastantes entre los que han estado cercanos a él, la vajilla le gustó; se había fijado en ella con ojitos golositos, pero necesitaba un móvil para poder hacerla desaparecer y en su lugar colocar, como por arte de magia, otra. Y así fue como sucedieron los hechos, tal y como me lo cuentan testigos presenciales. Julieta de Micheo -su fiel y servil secretaria, luego convertida en diputada nacional por Alicante en la pasada legislatura sin que nadie la conociera, y que ahora está refugiada en la embajada de Londres, fue la encargada de llevar las cajas de cartón que sirvieron para embalar celosamente tal maravilla.

Para llegar a la presunta sustracción, el plan urdido pasó porque Federico Trillo exigió a las autoridades de la Academia que, en su honor, como ministro de Defensa, se comprara una nueva vajilla para tal evento, que pasaría a reemplazar a la histórica.

Las ínfulas de Trillo a su paso por Defensa no quedaron ahí. En Federico Trillo, una personalidad compleja que tengo bien estudiada, se dan todas aquellas características bufonescas que Molière exhibe en la comedia El burgués gentilhombre. El petimetre al que todo le está grande –y no es porque, acomplejado, lleve alzas en los zapatos- sino porque conforme va ascendiendo y escalando puestos, va dando un paso al vacío convirtiendo lo sublime en ridículo. Aquel burgués a las cinco recibía clases de dicción; este caso, sería inglesa, puesto que tiene un gran desconocimiento del idioma de Shakespeare. A las seis, el profesor de pintura. A las siete, ensayando reverencias para hacerle reverencias a su majestad la reina y así sucesivamente hasta montar a su esposa y a las niñas, como él dice, en la carroza camino de Ascott.

Por cierto, una de estas niñas, colocada en el Consejo de Estado; y otra, letrada de las Cortes; todos viviendo del Presupuesto y del contribuyente, en clamoroso nepotismo trillero.

Atrás quedaron los tiempos en los que Julieta de Micheo, en el Ministerio de Defensa, cuando se anunciaba la llegada del pequeño ministro por el ascensor de seguridad, se acicalaba rauda por los morritos y los carrillos, para recibirle rendida y pletórica de rubor.

Como cuando juntos decoraban la antigua casa del jefe norteamericano de la base de Torrejón de Ardoz, pero eso es materia para otro artículo de este serial.

¡Oh! Torrejón de Ardoz, allí Trillo, dentro de esta disparatada comedia del arte francesa, hacía ciclismo por la pista de aterrizaje, acompañado de tres escoltas en sus respectivas bicis, conformando un pelotón harto peculiar.