Miguel Sempere
No hay promesa que no haya incumplido, no hay compromiso al que no haya fallado. Este charlatán de feria –ganador del concurso universitario de debate, que habla muy rápido, para no decir nada- es más falso que un Judas de plástico. No es la reencarnación de Adolfo Suárez, sino la versión modernizada, con márketing y gimnasio, del trilero.
Albert Rivera es muy capaz de cambiar de postura en el mismo día, y mantener con total seguridad y firmeza cada una de las posiciones que sostiene, aunque sean contradictorias. Defendió, como una pulsión regeneracionista (regeneración es una palabra que usa mucho para ocupar un espacio político al tiempo que la vacía de contenido) que era conveniente que la presidencia del Congreso recayera en la oposición. Un elemento supuesto de contrapoder. Y ahora ha dado la presidencia del Congreso a un partido de gobierno con el que aspira a estar en el Consejo de Ministros.
Claro que hubo veto, mentiroso compulsivo
El 19 de julio, en rueda de prensa pública afirmó taxativo: «No vamos a apoyar un Gobierno de Mariano Rajoy». La frase no admite demasiadas disquisiciones, ni interpretaciones: es lo que se denomina veto. No se incluye a todo el PP, pero sí Rivera era muy claro contra Rajoy. Inquietos los periodistas sobre sus vaivenes –tras el 20 D ya había hecho un acuerdo con Pedro Sánchez al que había execrado- los periodistas le pidieron afinación: «¿Descarta la abstención?». «Sí. Nosotros no queremos que Rajoy gobierne». ¡No queremos que Rajoy gobierne! ¡Qué seguridad y rotundidad muestra cuando miente y lo hace siempre!
«Ciudadanos quiere un cambio de ciclo, y en el cambio de ciclo tiene que haber un cambio de entrenador. Queremos un nuevo presidente, con un nuevo equipo y nuevas políticas», fue la la reflexión de Rivera en un desayuno informativo en Barcelona de El Periódico. «Quiero un presidente del Gobierno al que no chantajee nadie, al que nadie (Rita Barberá) lo llame para que no quite los aforamientos, que no le coja el teléfono a ningún delincuente», ha dicho en referencia a Luis Bárcenas. «Confío en que esta nueva etapa política se abra».
En el debate a cuatro se puso estupendo con Rajoy y, desde la superioridad moral, intentó hacerle entrar en razón: «Le doy un consejo: le pido que reflexione. Abramos una nueva etapa. Hay gente en su partido a la que no le gustan los papeles de Bárcenas y sus SMS, que piensa que va a hacer algo por España o va a hacer algo que impida que el populismo llegue al poder. Abramos una nueva etapa».
No hay palabra de la que este charlatán de feria no esté dispuesto a desdecirse, ni compromiso que no esté dispuesto a incumplir. Tras dos campañas, y más la última, sobreactuando sobre y contra Rajoy, su conclusión es que “nunca ha habido veto contra Rajoy”. ¿Es la misma persona que decía «no vamos a apoyar un Gobierno de Mariano Rajoy» o hablaba de “cambio de ciclo” y “cambio de entrenador”? Sí, es la misma. Un insustancial, un personaje sin fondo, sólo apariencia, cuya palabra no vale nada.
Carlos Delgado Pulido, que lo conoce bien, con el que tuvo un pacto que, por supuesto, incumplió de la manera más rastrera, haciendo luego la competencia a los partidos locales que lo habían apoyado en las europeas, ha escrito: “soy de los que piensan que a un político se le mide por su palabra y su compromiso de cumplirla. Durante meses pidieron nuestro apoyo, no hacían más que mandarnos mensajes, estar en nuestros actos y luego la nada. Falsedad e hipocresía, cobardía y bajeza moral, son algunos de los calificativos para quienes conducen Ciudadanos. Son personas sin escrúpulos, sin gratitud, poco fiables, y esto es lo peor que le puede suceder a un político, aparte de la terrible corrupción. Y si esto son capaces de hacérselo a varios centenares de ediles y algunos alcaldes, ¿qué no harán si tienen alguna responsabilidad en el gobierno o gestión de España?”. El interrogante será desvelado, aunque ya no será una sorpresa, pues vamos hacia ese escenario.
El lacayo del conde de Lampedusa, financiado por la casta
Albert Rivera no es el conde de Lampedusas, sino su mero lacayo. Está cumpliendo al milímetro, como un trilero consumado que marea al espectador a fuerza de verborrea y mentiras sin cuento, los objetivos que le marcó la casta, a cambio de las cuales obtuvo los generosos préstamos de La Caixa de Isidro Fainé y del Banco de Sabadell de Josep Oliu –al que se le escapó que hacía falta poner en marcha un “Podemos de derechas”– y el apoyo de El País, periódico que en su edición de 11 de enero de 2015 insufló aire democóspico en sus velas con un, en portada, “Ciudadanos irrumpe con fuerza”, pasando del escuálido y desmerecido 3% habitual a rozar el 10%; efecto llamada atronador, banderín de enganche irresistible para todos los trepas del solar patrio que llegaron en aluvión.
Y esos objetivos eran dos: mantener en el poder a Mariano Rajoy sirviendo de desaguadero y embalse de los asqueados por la generalizada corrupción pepera, especialmente entre el corte generacional de los profesionales jóvenes. El segundo: impedir el acceso al poder a los aventureros de Podemos, que han provocado la histeria y un miedo cerval en el poder económico, en el mundo de las Sicav, los fondos buitres, las puertas giratorias, los paraísos y las amnistías fiscales y en las sobremesas de los Botín y de los Slim y su servidumbre.
Es decir, servir al gran objetivo de fondo de sostener a la casta, vitalicia y hereditaria, con sus privilegios, mientras el mundo se cae a su alrededor.
Para eso, sin duda, Albert Rivera era el actor apropiado. Un personaje para el que mentir es costumbre, que miente sin hartura y sin que le mueva un músculo, porque Albert Rivera es más falso que un Judas de plástico.