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Sepúlveda: año 1000, los caballeros pardos

Redacción




Castellanos de frontera. /Foto: tierradeuceda.com
Castellanos de frontera. /Foto: tierradeuceda.com

Enrique de Diego

Con el temor reverencial a los apocalípticos miedos milenaristas que se extendieron por toda la Cristiandad, los caballeros villanos o pardos de Sepúlveda vieron cumplidos sus más negros presagios religiosos el año 975 de la Encarnación de Nuestro Señor, cuando por los pasos del Puerto de Somosierra se les vino encima un ejército sarraceno como nunca se había visto antes.

El extraño rebuzno de los camellos lo llenó todo, el retumbar hiriente de los grandes tambores, aquella inmensa hueste negra de hombres velados, venidos allende del mar de los estériles desiertos africanos. Fue como si las bestias del infierno hubieran emergido por extrañas grietas en la frontera castellana. Fanáticos salvajes sedientos de sangre y de botín, sobre los que volaban majestuosos buitres presagiando el festín de carne humana.

Ante los sepulvedanos, por sus muchos pecados, se extendía el ejército infernal mandado por el “azote de Dios”, Almanzor, Al Mansur ibAlá (el victorioso por Alá).

Fue una carnicería. Talaron los árboles frutales de las riberas del Duratón, quemaron las cosechas, arrasaron los arrabales de la ciudad, mataron a cuantos estuvieron al alcance de sus cimitarras y se llevaron a mujeres y niñas como esclavas al mercado de Córdoba, que allí se pagaban bien las cristianas.

Pero aquel ejército no había llevado pertrechos de asalto y la ciudadela con sus iglesias-fortaleza resistió a duras penas. Castilla, por esta vez, estaba salvada, pues las feraces llanuras mesetarias con sus mares de trigo se extendían a espaldas de Sepúlveda.

Cinco años después, 984 de la Encarnación de Nuestro Señor, aquella plaga inmisericorde y brutal volvió a abatirse sobre Sepúlveda y fue la abominación de la desolación. No quedó piedra sobre piedra y los llantos se extendieron por la paramera junto con los monocordes y tenebrosos cantos del almuecino sobre la montaña de cabezas cristianas cortadas.

En la bellísima iglesia románica del cercano pueblo de Duratón, en uno de los canecillos de los frisos está esculpido un camello, que, tengo para mí, es recuerdo de la impresión de aquellos crueles bereberes y tuaregs que asolaron Sepúlveda en vísperas del año mil de la era cristiana.

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En el año 940 de la Encarnación de Nuestro Señor, el primer conde de Castilla, Fernán González repobló, por orden del rey Ramiro de León, la ciudad que los romanos llamaron Septepública, por sus siete puertas, que se encontraba en la calzada que desde Termancia lleva a Segovia. Era una jugada arriesgada de frontera para cerrar los pasos de Somosierra y fortalecer la frontera del Duero.

Tan dura y arriesgada era la vida, que se concedieron extraordinarios privilegios a quien acudieran a vivir, labrar y defender Sepúlveda. Es el Fuero de Sepúlveda, el Breve y el Extenso, los privilegios, la constitución y el código penal y civil de la ciudad.

Castilla no tuvo feudalismo. No hubo señores y siervos. Todos eran señores pues la lucha era tan fiera y tan constante que todos debían participar en ella. Eso produjo un fenómeno sin parangón en el resto del orbe cristiano: los caballeros villanos, de villa; o pardos, por su saya parda de agricultores, que tenían privilegios de nobles, incluido el de la caza, que todavía en Francia fue reivindicación y conquista en la revolución.

Los caballeros villanos acudían al combate con sus monturas, como nobles; las mismas monturas que les servían para arar y para las labores del campo, siempre oteando el horizonte para ver las atalayas, cinchada la espada.

Era tan fundamental que hubiera gente dispuesta a jugársela en la frontera que en el Fuero Breve dado por Alfonso Rey y mi mujer Inés, «en nombre de la Trinidad santa e inseparable, o sea del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», se establece que “si algún hombre de Sepúlveda matare a alguien de Castilla y huyere hasta el Duero, que nadie le persiga”.

“Y si cualquier hombre, de cualquier tierra, tomare delictivamente a una mujer o a una muchacha ajenas, o alguna cosa, y llegara a refugiarse en Sepúlveda, nadie se meterá con él”.

Vivían en una especie de paraíso fiscal, de modo que “no pagarán portazgo en ningún mercado”,no pagarán impuestos por sus ganados”, “toda persona que tenga casas dentro de las murallas y las puertas de la Villa, y las mantenga habitadas, no pagará nada”. Exención completa: “Para hacer bien y favor a los caballeros, a las señoras, a los escuderos y a las doncellas de Sepúlveda, tanto a los presentes como a los futuros, mando y tengo a bien que estén exentos y queden libres y se excusen de todos los impuestos y de cualquier tributo y de toda contribución, porque les hacemos exentos, francos, libres y salvos”.

Castilla, tierra de hombres libres; tierra de nobles, frontera de lucha y de dignidad. De modo que “cuando el Rey viniere a la Ciudad, no hará fuerza en las casas para que le den alojamiento, sino que lo pedirá para conseguirlo voluntariamente”.

Los caballeros villanos o pardos acudían a la batalla sólo con el rey cuando convocaba fonsado, o por su propia cuenta. Dieron lugar a las milicias concejiles, de fuerte peso. Pero eso es otra página de nuestra historia.

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Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir, Almanzor, empezó como funcionario en la corte de los omeyas. Cuando fallece Al-Hakam II, se erige en protector de Hishan II, al que deja como figura decorativa. Formó su ejército de obediencia personal con musulmanes del Norte de África, que fueron los que atacaron por dos veces a Sepúlveda y con los que Almanzor consiguió las victorias en sus razzias. Es también es otra página, sobre todo la épica resistencia del gran Garci Fernández, el de las bellas manos, segundo conde de Castilla. También es otra página de nuestra historia.

Sepúlveda, que fue Comunidad de Villa y Tierra, es hoy un pueblo tranquilo de la provincia de Segovia, famoso por su cordero asado, con denominación de origen, criado en pastos naturales de cantueso, tomillo, yerba y plantas aromáticas. Quienes lo visitan de seguro desconocen que allí se dirimió, durante más de un siglo de brega y lucha, el destino de dos mundos.