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El rapto de Europa y la rebelión de las clases medias

Redacción




Invasión subvencionada, promvida por Ángela Merkel. /Foto: elmundo.es.

Enrique de Diego

Europa está secuestrada y hay que liberarla. Han empezado con gallardía los ingleses pero, en dos a lo sumo tres años, ha de ser completamente liberada del rapto por Bruselas –la nueva Babilonia- y de los sembradores de odio a la corrección política.

Empecemos rompiendo los grilletes semánticos: quienes consideramos que Bruselas es el problema, y no la solución, y ha de ser desmantelada, somos europeístas, los más europeístas, no somos euroescépticos, creemos en un ámbito geográfico de valores comunes ahormados en la Cristiandad medieval, con valiosas aportaciones de la Ilustración.

Quienes están rompiendo Europa son los burócratas supranacionales

Quienes están destruyendo la Europa real y posible y necesaria son esos burócratas supranacionales que cobran sus elevadas retribuciones libres de impuestos y que, desde su corrupción moral, se dedican a desarmar las sociedades llevándolas al precipicio del multiculturalismo. Y quienes están destruyendo la entrañable y amada Europa son esos liderazgos débiles que deambulan, de reunión en reunión, sin saber hacia dónde van.

El periodismo se ha tornado tan servil, a fuer de corrupción, que ya es incapaz de ver hasta las realidades más evidentes. Los auténticos europeos, los viejos y nuevos europeos, perciben que su identidad está siendo amenazada y que, en una tiranía sin precedentes, se les obliga a financiar con sus impuestos la invasión que padecen. Que donde les dijeron que florecerían mil flores, lo que han surgido, como esporas, son ghetos agresivos, que les insultan y amenazan en su propia tierra.

Lo que está haciendo saltar a Europa por todas sus costuras es eso de la “crisis de los refugiados”, que es la exportación de excedentes de población de las fracasadas islámicas, sobre las que no hay ni control sanitario, y que –buen negocio- para los buenistas han venido a ocupar en su imaginario la posición del “buen salvaje” de Rousseau o del pobre evangélico, cuando en sus sociedades se dedican a exterminar a los cristianos.

El contribuyente es obligado a financiar una inmigración parasitaria y agresiva

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Es muy lindo vivir en una casa-barcaza en el Támesis y desde allí bajar a luchar contra la pobreza con sueldos de ejecutivo o vivir en urbanizaciones privadas con férrea seguridad. Los barrios obreros de Londres han votado mayoritariamente el Brexit, como los trabajadores austriacos lo hicieron en el 86% a Norbert Hofer, porque a ellos les toca convivir con ese supuesto paraíso buenista en la tierra y es un infierno. No porque teman la competencia por empleos precarios, sino porque con sus empleos precarios y con sus elevados impuestos tienen que financiar una inmigración parasitaria y agresiva, que se aprovecha, con uso y abuso, del sistema y que está depredando y hundiendo el Estado de bienestar construido desde hace décadas travestido en Estado asistencial, que acoge y mima como grupos mascota a quienes no han contribuido nunca ellos ni sus ancestros y encima amenazan con exterminar a sus benefactores y extienden –algunos de ellos, pero saliendo de ellos, de sus entrañas- el terror por aeropuertos, trenes, conciertos, partidos de fútbol y cualquier reunión de masas, para matar al mayor número de ellos.

No es, insisto, un rechazo a la competencia por los puestos de trabajo, con análisis trivial de tardomarxismo de Vulgata, de los años setenta del siglo pasado, sino defensa de lo propio y rechazo al dolce far niente de una inmigración con la que se pretende hacer un proceso de ingeniería social cuyo horizonte es altamente explosivo. Y eso hay que frenarlo. Y dar marcha atrás. Y revertirlo. El lema “los ingleses, primero” no es otra cosa que la evidencia de que no lo son, sino que son los últimos en atención y prestaciones sociales, pues el racismo ubicuo es contra los autóctonos, contra los que hunden sus raíces en la tierra y en la historia.

Esas clases medias laboriosas, respetuosas del imperio de la Ley, sencillas y hasta dóciles han empezado la rebelión en Inglaterra, pero no sólo, que extendida está por muchas naciones: Francia, Austria, Polonia, Hungría, Dinamarca, Suecia, Finlandia… Y esa rebelión no va a parar, tras esta primera victoria ilusionante de lo que han dado en llamar populismo, y va a ser triunfadora.

La alucinación de la unión política

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Hubo una “Europa de las patrias”, como la denominaba Charles de Gaulle, que funcionaba con un Mercado Común, sin aranceles internos y con libre circulación de mercancías. Pero quienes, degradados, han hecho de la política su modus vivendi, en su codicia expansiva se dedicaron a propugnar una especie de nación de naciones –está si-, unos alocados Estados Unidos de Europa y se pusieron a concentrar soberanía en unos eurócratas desquiciados, corruptos –la corrupción en Bruselas es clamorosa- y sin control. Ese absurdo del euro, que dota de la misma moneda a la economía alemana que a la griega, a la de Malta igual que a la de Francia, era una pieza, fundamental, de un proyecto más amplio, que era la “unión política”, fracasada desde el primer momento, porque nunca tuvo sentido, ensoñación de ponzoñosos políticos jubilados a la búsqueda de nuevos botines de retiro de oro.

El enemigo de Europa es la Unión Europea, bestia destructora que ha incubado en su interior.

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