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Un desastre de sistema sin paliativos

Redacción




Los votantes sufren un sistema nefasto. /Foto: ccoo-servicios.es.
Los votantes sufren un sistema nefasto. /Foto: ccoo-servicios.es.

Enrique de Diego

El sistema electoral español es un desastre sin paliativos; el peor de todos los posibles. La muestra palpable la estamos viviendo: no asistimos a una segunda vuelta sino a una repetición de las elecciones.

La situación que estamos viviendo es ridícula, penosa y hasta hay que agradecer que, por vergüenza ajena más que por economía, los partidos hayan decidido no poner vallas exteriores y utilizar fundamentalmente los medios de comunicación controlados.

Sencillo mecanismo de corrección: segunda vuelta

Es ya experiencia contrastada que los sistemas proporcionales producen inestabilidad. La produjo, en uno de los casos históricos más famosos, en la República de Weimar, pero también en la IV República francesa o en Italia. La finalidad de las elecciones es permitir la formación de un Gobierno representativo. Muchas democracias, como la francesa o la austriaca, han introducido un sencillo mecanismo de corrección para que esa finalidad de formar Gobierno sea conseguible: la segunda vuelta.

Otra grave disfunción es que, aunque lo parece, los españoles no están llamados a elegir al presidente del Gobierno, y aunque todos nos mentimos y nos tragamos el engaño, no hay candidatos a la presidencia del Gobierno, sino simples números uno de la candidatura por la circunscripción de Madrid. Son unas elecciones parlamentarias, al Legislativo, y no presidencialistas, al Ejecutivo. Es el Congreso de los Diputados el que elige al presidente del Gobierno.

Amalgama de poderes

Para el ignorante ilustrado de Pablo Casado esto no tiene importancia, pues se ha convertido en una costumbre. Tiene muchísimo importancia: es una ruptura ab initio de la separación de poderes, es una mezcolanza manifiesta: puesto que el Legislativo elige al Ejecutivo pierde toda condición de contrapoder y toda posibilidad de control, para convertirse en mera caja de resonancia. El siguiente paso ha sido hacer perder al Judicial toda independencia, convirtiéndolo en una mascarada, al depender el gobierno de los jueces, y sus traslados y carreras, de los partidos a través del Consejo General del Poder Judicial. Una consecuencia ingrata de esta amalgama es que la corrupción se ha convertido en la base del sistema, en un elemento consustancial.

Listas cerradas: los diputados deben su puesto a la cupulocracia

Reconozco, de paso, que no me he leído los programas, porque no se cumplen. Y que tampoco me he preocupado de ver quienes componen las listas en mi circunscripción, cosa que si hice, todavía, ante el 20D. No tiene ninguna importancia, porque esos políticos no son más que profesionales que van a por un sueldo, y que carecen por completo de autonomía, pues cualquier atisbo de criterio propio les hubiera dejado fuera de la lista. Las listas cerradas son degradantes, sobre todo para los ciudadanos, que carecen así de representación: no tienen un diputado o un senador al que acudir para trasladarle problemas o reivindicaciones, porque los diputados representan unas siglas y deben su puesto a sus superiores: la cupulocracia.

Hasta ha desaparecido el maquillaje de las primarias

Algunas veces, para maquillar todo este desastre sin paliativos, los partidos han recurrido a las primarias, pero como, de alguna manera, son una fisura han ido siendo arrumbadas. El último partido en hacerlo ha sido Ciudadanos. En la farsa escenificada sobre pactos y culpables de no llegar a acuerdos, tras el 20D, se ha recurrido a la argucia de preguntar a las bases, mas de manera plebiscitaria, para que dieran la razón a los mandos, sin opinar, sin alternativa. Así acuden sólo los que están de acuerdo y, muchos, a golpe de pito o porque son funcionarios del partido.

¿Puede haber unas terceras elecciones? Harán todo lo posible para, de manera obscena, repartirse los cargos y evitar ya ese bochorno, pero es una hipótesis no totalmente descartable, y unas cuartas y unas quintas, porque el sistema es un desastre sin paliativos. De hecho, en algún sentido, más allá de la metáfora malsonante, esto es una mierdocracia que selecciona a los más mierdas, a aduladores, trepas y corruptos.