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Europa como problema

Redacción




Miguel Sempere

Europa se tambalea sin liderazgo ni resortes morales. Sumida en una abismal depresión reproductiva, en su anemia decadente es incapaz de perpetuarse con exuberante egoísmo, y, al tiempo, asediada por un flujo migratorio desbordado que aspira a recalar en el cuarteado paraíso de la opulencia.

   La confluencia de ambos fenómenos es mucho más grave –como ha reconocido la inoperante Ángela Merkel– que la falaz recuperación, edificada sobre deuda e inflación monetaria, con el Banco Central Europea perpetrando una estafa piramidal mediante la inundación de dinero para el enriquecimiento especulativo de mercados mercantilistas intervenidos.

   Europa, eso que ahora se denomina la Unión Europea, fue la solución y ahora forma parte importante del acuciante problema. Su gran aportación es una prolongada etapa de paz entre naciones, que en la historia, han tendido con contumacia al conflicto hasta llegar a los dos muy cruentas guerras mundiales, derivadas, entre otras cosas, de la pugna por la hegemonía continental entre Alemania y Francia, precisamente los pilares sobre los que se puso en marcha en 1951 la CECA, para el carbón y el acero, y en 1957, con el Tratado de Roma, la Europa, primero de los seis, sin aduanas.

Naciones que comercian no van a las trincheras. Fueron Konrad Adenauer y Charles de Gaulle los que iniciaron esa senda, dos viejos católicos, que parecían salidos de los tiempos carolingios, pero al lado de los cuales –añadiendo a Alcide de Gasperi en Italia- los dignatarios europeos actuales semejan pigmeos cortoplacistas. En los primeros compases, había unos pocos, jóvenes atildados, eurócratas, que han ido creciendo hasta constituir una casta más, y no de las menos onerosas, con privilegios feudales como cobrar sus sueldos, en nombre de la supranacionalidad, libres de los impuestos que imponen a los demás.

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La Unión Europea ha sido una exitosa huida hacia adelante burocratizadora, con Bruselas como estación de término de políticos jubilados, que establecen directivas esotéricas e imponen los dictados de lo políticamente correcto a sociedades desarmadas. Y que han extendido por las naciones y sus gentes la cultura de la subvención, mediante sus FEOGA y sus FEDER, desincentivando el esfuerzo y el trabajo y la inversión y el riesgo hasta llegar a la reducción al absurdo de la agonizante Grecia, en donde, con protagonistas muy mediáticas –Tsipras o Varoufakis– se viene escenificando algo a medio caballo entre la tragedia y la comedia bufa.

Desmontar Bruselas, volver a la Europa del libre comercio inicial, con bajos impuestos y pocos políticos, es esencial para que este viejo continente salga adelante y evite su suicidio, que va más allá de la coyuntura y de la prima de riesgo, en una crisis moral y religiosa, económica y política. La cuestión es cómo dar marcha atrás en un proceso en el que han generado tantos intereses creados y con sociedades tan desvertebradas, tan amorfas y con tan bajo impulso vital. No puedo por menos que dejar constancia de mi escepticismo: la vieja Europa se encamina a los arrecifes, a los rompientes, con el timón en manos de la clase política más mediocre y degenerada de su historia (no sólo desde la segunda guerra mundial), viviendo al día, sin capacidad para percibir las consecuencias de futuro, en una orgía de despropósitos, entre los cuales no es menor el persistente efecto llamada hacia una emigración invasiva a la que se pretende situar bajo la gravosa tutela de los servicios sociales, sin posibilidad de asimilación, ni futuro abierto fuera de oscuros nubarrones de conflicto.

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Europa no es un “espacio político común”. Eso ya fracasó. El euro era la supuesta piedra angular de los nonnatos estados unidos de Europa, quimera de políticos profesionales, siempre dispuestos a incrementar su botín y a enfangarse más en su corrupción moral y contante y sonante. Mas, como un tren alocado que se encamina hacia el precipicio, la frenada puede provocar el descarrilamiento. Europa es ya el problema y, lo más grave, es que sugiere ser un problema sin solución.