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España, paraíso de funcionarios

Redacción




Enrique de Diego

La mayoría de los jóvenes españoles aspiran a ser funcionarios. Esa es una tendencia de décadas que no ha hecho más que crecer. Con frecuencia, ese hecho es comentado con entonación descorazonadora, pero, en realidad, se trata de una manifestación de sensatez colectiva, aunque no resulta aleccionadora: España es el paraíso de los funcionarios.

Tenemos 2,52 millones de funcionarios, el doble que Alemania, con su tradición funcionarial prusiana, teniendo esa nación el doble que población; es decir, tenemos cuatro veces más funcionarios que Alemania. La más funcionarizada de las autonomías es Extremadura que cuenta con 88.488 funcionarios; 8,05 por cada 100 habitantes; seguida de Aragón con 6,64 por cada 100 habitantes.

A esa cifra descomunal de funcionarios hemos llegado acumulando cuatro niveles administrativos: local-ayuntamientos, provincial-diputaciones, regional-autonomías, nacional-Gobierno. Y habría que sumar el europeo o comunitario. Somos un país que podemos permitirnos, al parecer, dotar a los expresidentes autonómicos de dos años de sueldo íntegro y de una pequeña corte o integrarlos en Consejos Consultivos. De todo, tenemos, cuanto menos, dieciocho organismos: defensores del pueblo, tribunales de cuentas, bancos centrales, gobiernos, parlamentos (19)… Porque a esa cifra estruendosa de 2,52 millones, habría que sumar, además, a todos los políticos, que normalmente provienen del funcionariado (el PP es un lobby de los abogados del Estado) o que, partitocráticamente, han degenerado en funcionarios de la política, más sus cortes, que suelen entrar con status de eventuales, pero que cuando ven que pueden perder el poder, son situados como fijos. Si la literatura del siglo XIX es prolífica sobre las cesantías, en estas décadas últimas se ha ido producido acumulaciones: el PSOE ha colocado a los suyos, el PP ha colocado a los suyos, IU ha colocado a los suyos donde ha podido, el PNV ha colocado a los suyos y CiU ha colocado a los suyos y a los pujoles. Podemos ha tardado bien poco en colocar, a su vez, a los suyos: parejas, padres y sobrinos. Y nadie quita a los de los otros, con lo que de esos 2,52 millones de funcionarios, sólo 800.000 han entrado por oposición, aunque sea amañada.

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La situación es tan rocambolesca que casi todos los gobiernos autonómicos han creado algún tipo de organismo para “el fomento del emprendimiento” y alguna “oficina para emprendedores”. Esto de que instituciones funcionariales promuevan iniciativas empresariales es la cuadratura del círculo y no se había visto nunca.

Se gana más como funcionario que en la empresa privada

Según los datos cotejados, en España se gana más siendo funcionario que en la empresa privada; la media oscila –hay varios estudios- entre el 36 y el 50%. En el sector público, la media de sueldo está en 2.530 euros y en el sector privado, en 1.345. Sin embargo, el gran problema nacional es devolverles la extraordinaria de 2012 a nuestros pobres funcionarios. Una medida contra el consumo, porque, como me dijo un desolado funcionario, “nosotros somos consumidores natos, pues como sabemos que el próximo mes cobraremos, nos lo gastamos todo”.

Nuestros jóvenes quieren ser funcionarios porque, como los del anuncio de unos grandes almacenes, no son tontos. Se gana más, con más vacaciones y –por supuesto- tienes el puesto asegurado para toda la vida, con lo que eliminas de tu existencia el riesgo. Es mucho más sensato ser funcionario de una oficina para la promoción de nuevas ideas que tener la ocurrencia de tener una idea nueva, pues sólo con el papeleo para ponerla en marcha y luego con la expoliación fiscal que te cae encima, es para desistir.

Mantener esta estructura ineficiente y onerosa conlleva incrementar de continuo la deuda pública –lo cual implica extender la expoliación a las generaciones venideras, incluidos los nonnatos- y subsumir lo que produce el monocultivo del turismo, merced a los dones de la Providencia en forma de sol y playas (más algunas ciudades monumentales de interior). Como no me creo que nada sea por casualidad, denoto en mis escasas incursiones por la caja tonta que hay una apuesta muy decidida porque España sea nación de cocineros. Hemos vuelto al que inventen otros, pero hay una compulsiva pasión catódica por los fogones. Sólo falta que haya oposiciones a cocineros del Estado para que el sector tenga un efecto llamada irrefrenable.

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Los jóvenes españoles, como digo, no son tontos y por eso quieren ser funcionarios. Por de pronto, suelen ser formados por funcionarios, desde la guardería hasta la Universidad, para ser funcionarios. Ocurre ahora, que salvo para los de Nuevas Generaciones y las Juventudes Socialistas, las posibilidades son reducidas (si bien este año electoral se ha incrementado la oferta de ‘empleo público’) y eso provoca que no pocos se vean forzados al exilio, a la búsqueda de los fogones foráneos, aunque muchos de ellos se ven en la necesidad de quedarse en desmerecidas funciones de pinches.