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Estado islámico, capital Estambul

Redacción




Miguel Sempere

En este mundo de locos que parece salido de sus goznes se viven situaciones absurdas, y cada vez más peligrosas, como que la OTAN tenga en su interior una nación integrista o que Estados Unidos tenga como sus aliados a los kurdos mientras son bombardeados por Turquía, que es aliada. En realidad, la capital del estado islámico no es Raqqa ni tampoco Mosul, lo es mucho más Estambul y también la Riad de los degenerados integristas de los Saud.

No es tan difícil, ni lo ha sido nunca, cortarle la vía de financiación a Daesh cuyos principales ingresos vienen de la venta de crudo en el mercado negro, eufemismo para indicar que se lo vende a Turquía, que es su retaguardia logística, quien suministra las armas (al margen de las entregadas por ese Estados Unidos de Obama que es una parodia). No ha habido ningún interés, porque el estado islámico es el protegido de Erdogan, que a su fanático integrismo une un odio cerval a los kurdos, hasta el punto de que tras sufrir estos un atentado, la respuesta de Erdogan fue detenerles y bombardearles.

Con tanta mentira, con unos dirigentes en Europa tan mediocres y tan traidores, el mundo se está hundiendo en una situación muy delicada. Basta ya de presentar a Bashar Al Asad como un tirano despiadado, cuando es una persona decente, bajo cuyo régimen, por ejemplo, los cristianos han podido practicar su fe, edificar sus iglesias y celebrar sus fiestas, mientras ahora están siendo literalmente exterminados, sin que parezca importarle a nadie, con el silencio cómplice de todos, incluido el Vaticano, que mira para otra parte o dice algunas cuestiones insustanciales para no comprometerse.

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En medio de este circo suicida, Vladimir Putin ha dado muestras de ser prácticamente el único dirigente con ideas claras y con voluntad para llevarlas a la práctica. No se puede volver a caer en el tremendo error de Libia, por el que ningún dirigente occidental ha dado explicaciones ni ha asumido responsabilidades, y no se pueden desmantelar las estructuras legales hablando de una transición esotérica. Si Obama no es un criptointegrista, actúa como tal. Si el peor integrista, el más fanático hubiera diseñado la política exterior de Estados Unidos en los últimos años, en la etapa Obama, no lo hubiera hecho mejor para sus intereses. Por eso el derribo del cazabombardero, un patente casus belli, es el intento del integrista Erdogan de que la farsa continúe. Putin es, entre otras cosas, el único que está defendiendo a los cristianos, a los que Erdogan le gustaría ver muertos y ahí están las muestras de alegría y satisfacción de los turcos de Erdogan en los campos de fútbol por la masacre de París, sin que se tenga la decencia de expulsar a esa inmunda Turquía de la OTAN y a sus equipos de fútbol de las competiciones europeas.